La digitalidad se ha convertido en la nueva forma en la que se moldea la economía. Cuando pensamos en los mercados, en la compra y venta, en la organización de la economía, también pensamos en las herramientas digitales. De muchas maneras, la planificación de nuestra economía global en la actualidad está en manos de las grandes empresas tecnológicas: ellas son las que envían herramientas a empresas medianas y pequeñas y transforman datos en información que conducirá a decisiones sobre cómo, cuándo y dónde producimos bienes y servicios.
Las herramientas digitales lo son todo en la economía actual. Casi cualquier sector de la economía está organizado, administrado o controlado por herramientas digitales, la mayoría de las cuales no se producen completamente a nivel nacional, especialmente en los países de ingresos bajos y medianos. Estas herramientas digitales no solo lideran la economía, sino que también representan un gran recurso de poder y dinero en la economía. La capacidad para producir herramientas digitales no solo depende de la soberanía, sino también de la capacidad para producir en una industria de alta calidad con empleos relativamente bien remunerados. Por lo tanto, los intentos de las grandes tecnológicas de utilizar las normas comerciales para limitar la competencia y permitir la monopolización del mercado y la información es una nueva forma de eliminar la posibilidad de industrialización digital en el sur global.
Vivimos en un mundo digital. Esto no solo concierne a la economía, sino a nuestros derechos básicos en una esfera digital: el acceso a la educación, a la salud, a la cultura y a la información son esferas de nuestras vidas que ocurren tanto en la web como fuera de ella. Por lo tanto, necesitamos reglas y regulaciones para limitar lo que el mercado (y las corporaciones) pueden y no pueden hacer en internet. La lógica económica no puede prevalecer en un mundo digital donde se ejercen los derechos humanos básicos. Necesitamos una gobernanza global que esté basada en las personas y necesitamos acceder a estos derechos en línea. La agenda comercial ciertamente no avanza en esa dirección y el Pacto Digital Global se queda corto en su arquitectura al no priorizar los derechos humanos sobre los derechos corporativos.
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